Introducción

En la antigüedad, no todo el mundo se educaba en la Escuela, debido a la escasez de las mismas y a sus limitaciones. Por ello, eran las propias familias, y en gran medida, los padres, los encargados de desarrollar la función educadora de sus hijos, lo cual, derivaba en una educación completamente diferente a la que estamos acostumbrados hoy en día. Dicha educación se basaba principalmente en el conocimiento de todo aquello que una persona necesitaba para poder subsistir y convivir con los demás integrantes de la sociedad. De esta manera, los niños adoptaban de sus padres los valores que les caracterizaban, así como el oficio que éstos desempeñaban. Con el paso de los años, la educación evolucionó, haciéndose por un lado cada vez más frecuente en la Escuela, y por otro, menos habitual en las familias. Sin embargo, hubo momentos en la que la función educadora era responsabilidad tanto de las familias como de la propia Escuela, es decir, estaba compartida por ambas. Posteriormente, la Escuela siguió evolucionando y logró instaurarse como la institución educativa por excelencia en una sociedad progresivamente más compleja, donde las necesidades educativas no responden a las que se tuvieron años atrás. De esta forma y hablando en general, con el auge de la Escuela, la familia y por tanto, los padres, perdieron protagonismo en la educación de sus hijos, debido quizás a que ya hay otras personas encargadas de hacerlo, a los que llamamos maestros. Pero, ¿puede acaso el docente rellenar  “ese vacío educativo”? Lógicamente, no. El maestro le va a proporcionar al niño multitud de conocimientos, lo va a educar y le va a enseñar un montón de cosas. Sin embargo, hay aspectos fundamentales en la educación de un niño que solo un maestro no puede tratar, como por ejemplo, la educación en valores. Puede que el maestro le enseñe al niño lo que es el respeto, la tolerancia, etc. y puede que incluso proponga actividades para el fomento de los mismos en él, pero de nada sirve este trabajo si luego, cuando el pequeño llega a casa, se encuentra con unos padres que muestran una actitud intolerante y no respetuosa. Al decir esto, queremos hacer ver que la implicación de los padres es totalmente necesaria e imprescindible en la educación de sus hijos, tanto o más que la del maestro. Por ello, para que la educación sea lo más eficaz y productiva posible, los padres deben ser conscientes de que son una pieza fundamental en el puzle educativo de sus hijos y además, completamente encajable con la pieza llamada docente.

A raíz de todo esto, es muy frecuente que hoy en día, las Escuelas organicen cursos destinados a los padres de sus alumnos para promover su participación en la educación de sus hijos, entre otras muchas cosas. En estos cursos, hay una conexión docente-padre en la que el último se enriquece de lo aportado por el primero, bien a través de informaciones o bien, por medio de experiencias. Nosotros, a lo largo de todo este trabajo, que ahora presentamos, vamos a planificar una Escuela de padres. Para ello, vamos a programarla sesión a sesión como si fuéramos nosotros los docentes que tenemos que impartir dicho curso,  especificando en todo momento los contenidos que vamos a tratar y la forma en que los vamos a aplicar. Una vez dicho esto, hemos de aclarar que normalmente, las Escuelas de padres suelen organizarse en  torno a un tema concreto, lo cual, nos impulsa a definir el nuestro: En este caso, vamos a tratar la educación en valores, un aspecto muy importante, ya que creemos que éstos constituyen la base de toda educación.

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